sábado, 12 de diciembre de 2009

Donde habitan los monstruos

Vi un programa de tv donde entrevistaban al actor Eduardo Verástegui, este hablaba sobre el aborto y pusieron unos videos con abortos que me dejaron con el alma encogida. Después de ver esas imágenes uno piensa: cómo es posible que esto esté sucediendo en los tiempos que estamos y que no alcemos la voz para que la gente sepa lo que es esto, no nos podemos quedar impasibles ante este genocidio. Dicen que se producen al año unos cincuenta millones de abortos ¡Cincuenta millones de niños que no llegan a nacer!

Una parte de la sociedad lo ve normal, te dicen que es el derecho de la madre a elegir; y yo me pregunto: ¿qué pasaría si yo asesinase a mis hijos porque son mios? ¿qué pasaría si asesinase a mi mujer porque es mía? todo el mundo estaría de acuerdo en que estaría cometiendo un asesinato, un delito ¿cuál es la diferencia en asesinar a niños no nacidos? ¿qué todavía no estan en ningún censo oficial? ¿qué todavía no saben hablar?

Todo el que es padre sabe que desde el primer momento del embarazo algo cambia en la madre, ya no la ves igual, ya no sientes a una sola persona, ya se siente el milagro de la vida. Y ya no hablar de el momento en que escuhas el sonido del corazón del feto, las ecografías donde ves a un pequeño ser. A quien haya sentido todo eso nadie le puede negar que es un ser humano.

Sobre este crimen el poeta Charles Pigny lo expresa maravillosamente bien en este poema sobre los niños de Herodes:

Fueron arrebatados de la tierra. ¿Lo entiendes bien, hijo mío?
Todos los hombres son arrebatados, en su día, en su hora.
Pero todos somos arrebatados demasiado tarde,
cuando ya la tierra nos ha conquistado.
Cuando ya la tierra se ha pegado a nosotros
y ha dejado en nosotros su imborrable marca.
Pero ellos, ellos solos, fueron arrebatados de la tierra
antes de que hubiesen entrado en la tierra, y la tierra en ellos,
antes de que la tierra los tomase y poseyese.
Y todas las grandezas de la tierra, la misma sangre de los mártires,
no valen tanto como el no haber sido poseído por la tierra,
como no tener ese gusto terroso,
no tener ese sabor a ingratitud,
ese sabor a amargura
terrosa.
 
Que triste pensar que en nuestro siglo siguen habiendo Herodes, con distintos nombres, tunicas y coronas, pero con las mismas manos manchadas de sangre.
Y que triste saber que en nuestro siglo todavía se escuche el llanto de Raquel que llora por sus hijos y que nadie la puede consolar. Pero más triste sería que ese llanto fuese mudo, que no se pudiese escuchar. Por eso nos hace falta gente que nos agite, que nos despierte la conciencia, que nos limpie la tierra del camino para que podamos escuchar el llanto de Raquel.